El viento soplaba con el mismo rumor ácido y abrasador que aquella tarde de mayo, bastante pegajosa y húmeda para la época, la brisa que chocaba ardiente contra la nariz, cosiendo una expresión tan arrugada como la corteza hundida del deformado tronco gris.
Era más alto, y seguía igual de elegante e imponente que cuando lo abandoné tatuado la última vez, aún sangrando por los nombres que tallamos, casi pensando encontrarlos allí en unos años.
Ya no me acordaba de que alguien los tachó poco después de haberlos tallado, aún así, me dio pena encontrar nuestros nombres ilegibles cicatrizados en la tierna corteza primaveral.
Al pasar la yema de los dedos por la pequeña cicatriz de tres letras, casi pude olerte abrazándome por la espalda. Durante la árida sensación de vacío, pude notar cómo me clavabas los ojos, fue extraño recordarlo como sueño, como un simple pensamiento etéreo, como si nunca hubiese ocurrido.
Un escalofriante par de dedos de espinas bailaron por mi espalda al chocar la vista con el segundo nombre, estaba tallado con menos ímpetu, pero tachado con más rabia, un nombre de letras impares, como el tuyo.
¿Sabes qué? que está bien que lo tacharan, porque la culpa fue nuestra, por tallarnos en un árbol perfecto cuando lo nuestro no lo era, deberíamos haber tatuado lo que pasó a fuego en un árbol deforme y grotesco, con sus rectos y sus altibajos, con sus ramas caprichosas y sus hojas marchitas, ¿Sabes por qué? Porque a los árboles que crecen torcidos no los talan, no los cortan ni los rayan, porque no son útiles, porque no son bellos.
¡Y podría escribir como éste mil millones de textos! Porque hoy me he visto sonreír en el calendario, al ver que ha pasado como una lluvia de estrellas lo que yo imaginé como quinientas primaveras sin dormir.
Porque todo ha pasado, porque talarán el eucalipto y arderá la infinita escalera de tierra, y se congelará la brisa árida de mayo, y pasarán las hojas del calendario al ritmo de mis pasos bajando tu escalera...
Y pasarán los segundos,
y pasarán los minutos,
y pasarán las horas,
y los días.
Y pasarán también meses y estaciones,
y pasarán con ellos los años y los lustros,
seguidos por los siglos y milenios...
Sin respirar tus latidos inquietos que me gritaban desde tu boca.
y cuando todo eso pase, nada más pasará.