El profesor habla, habla, habla, habla, habla y sigue hablando, ajeno (no sé si queriendo o por auténtica ingenuidad) al ambiente de apatía y pasividad suicida de sus pupilos.
Yo sólo podía mirar al reloj con los ojos inyectados en desesperación, pero parecía que cada vez que el profesor decía una palabra los segundos se multiplicaban, impidiendo al tiempo avanzar.
-¡Que se calle ya!- Suplicaba una masa silenciosa, que camuflaba el aburrimiento y las ganas en garabatos azules en el cuaderno.
No podía aguantar un cuarto de hora con ese monólogo de acero, así que decidí hacer una pregunta para hacer el cuarto de hora más ameno, después de todo, es Filosofía, preguntar está bien, ¿No?
Una manita se levanto tímida entre las cabezas hundidas entre apuntes.
- Entonces... ¿Las personas son eternas? Es decir... Aunque mueran, ¿Persisten?
El profesor clavó los ojos en la masa olorosa y aburrida, buscando al curioso, hasta que se chocó con mis ojos, pseudocerrados y mi ceño fruncido.
- Es una buena pregunta. Pero la respuesta es bastante obvia, ¿No le parece?
- A mi no me lo parece, sino no tendría sentido preguntarlo.
La clase entró en ebullición y, entre el barullo, se podían distinguir risas y comentarios burlescos, pero no me importó, y creo que al profesor tampoco.
- Pues bien... Dicho así, creo que debo responderte.
En ese momento todo tomó un insospechado interés por parte de la mayoría de la gente.
Bueno... Yo pienso que no lo son, ¿Cómo van a serlo? Lo que propiamente permanece en la vida terrenal son sus actos. Sus actos y sus restos. Su memoria permanecerá en los que le apreciaban y los que le odiaban, en los que le admiraban y en los que le detestaban, en los que estuvieron a su lado.
Pero... Cuando éstos mueran el recuerdo se difuminará, y sólo quedarán fotografías y anécdotas que pasean por casualidad en las comidas familiares, pero es más que obvio que con el paso de las generaciones, van desapareciendo. En parte me parece consolador, pues desaparecer nos concede el beneficio del perdón real, cuando no queda nadie que recuerde tus errores, cuando ya no hay ninguna herida que no haya sido carcomida por los gusanos del tiempo, pero por otra parte nadie recordará tu esfuerzo y tus inversiones, el daño que te han hecho ni los sacrificios que has afrontado, pero sin duda, no creo que nada compense enteramente el peso de la eternidad sobre la propia tumba, nada compensa por completo que tu vida sirva de ejemplo para el resto de generaciones, no creo que compense morir terrenalmente y, sin embargo que la gente lleve tus errores y tus logros latentes, es un ancla que te ata a una inmortalidad inerte que, como digo, no compensa para nada la fama. Así que, considero que algunos pueden permanecen y otros no son eternos, y dichosos aquellos que no lo son, desde luego, porque serán los que podrán descansar.
Sonó el timbre, enmudeciendo las últimas palabras del profesor, pero había escuchado suficiente para comprender más de lo que habría imaginado.
Mientras volvía a casa sus palabras me retumbaban en la cabeza, y cada vez ese eco tenía más razón, yo no quería ser inmortal de esa manera, no quería, quería morir para la gente cuando muriese mi cuerpo, e, incluso, quería morir en ese instante para algunas de las personas de mi alrededor.
Y es cierto, no quiero ser inmortal, y menos para ti.
Y si te hice daño, recuerda que, alguna vez, tú también me lo hiciste a mi.
Pero tú para mi, créeme, que no serás inmortal, jamás.
Se abre la herida, se cura, tirita.
Se cierra la herida, tirita fuera, y a la basura.