Esta noche,
el cuarto creciente más oscuro en mucho tiempo, no sopla el viento, no huele a ninguna estación en concreto, es más como una noche triste, atemporal, pesada, larga y por lo usual no muy productiva, pero si algo me gusta de las noches oscuras es el placentero martirio que me supone la contemplación de la inmensidad, con su correspondiente sensación de vértigo e incertidumbre pasiva.
Entre las esferas se difumina la luz, que a sí mismo parece que es lo que únicamente las forma, como si la lejanía sólo nos permitiese suponer, divagar e imaginar las cosas, como si esa fuese la cadena de plomo del hombre; la lejanía, las teorías y una verdad tan frágil como una cúpula de gas que nunca deja de alejarse.
Esta noche oscura no me torturan los astros, ni la bella cárcel del hombre, no me tortura la incertidumbre, porque sé que esta noche será la mejor noche, la noche esperada, la decepcionante, la más inspiradora, la más larga, la más corta, la más placentera, la más dolorosa, la más absurda, la más fría, la más solitaria, la noche en mejor compañía, la primera, la última,
porque aunque para mi esta noche es oscura,
sé que en alguna parte, en algún lugar está siendo una noche de delicioso azar, de luminoso cambio, de sazonada esperanza,
y que tal vez aflore, mañana, o en alguno, quizás,
mi noche,
mi hora,
mi punto de llegada.