martes, 14 de febrero de 2012

Horas.

A veces me acuerdo de ella, vestida de blanco, con su olor a alquitrán.
Siempre era la princesa allá donde fuera, fumaba tabaco de hombre y se pintaba los labios de gris.
Escritora de mil historias, paraíso de muchos, perdición para demasiados, pelo canoso, largo, fino, infinito, helado, maldito, divino.
La piel rota de un millón de primaveras sola, y los ojos encharcados en vidas que se fueron, agonía tatuada en su cuello, divino cuello de hormigón.
Sus dedos llenos de cayos de tocar cada tecla de cada piano de cada burdel, y la garganta seca de beberse cada copa de la sangre de aquellos que murieron por ella, en sus labios la sal de las lágrimas de éstos.
Y cuando la visten de rojo sonríe... ¿qué va a hacer sino sonreír? Y se llena de estrellas su cara, y el alquitrán se enorgullece de ser pisado por sus tacones de aguja, desfilando en la infinita curva de su espalda "La Gran Vía".
Cosida a las sábanas de papel de Serrat, Sabina y tantísimos otros enamorados de sus labios de sabor a inspiración. Ella es facilona, no vacila, ni te mira, no te besa en los labios, ni te roza y sólo puedes escribirla ¡y...!
Ay, Sabina, ¿qué decir que no hayas dicho tú ya?
"Las niñas ya no quieren ser princesas,
y a los niños les da por perseguir
el mar dentro de un vaso de ginebra,
pongamos que hablo de Madrid."

No hay comentarios:

Publicar un comentario